martes, 28 de agosto de 2012

El cuento de la doncella

Todavía pensamos en los hombres poderosos como líderes natos y en las mujeres poderosas como anomalías. Margaret Atwood

Una de las principales razones por la que me atraen las distopías literarias es por la sobrecogedora semejanza que guardan con una hipotética realidad. Y en estos últimos meses en España el ministro de Justicia se ha empeñado en llevar a cabo la fantasía pesadillesca que una vez imaginó Margaret Atwood en su fabuloso libro The handmaid’s tale (El cuento de la doncella). Para aquellos que no conozcan su argumento, este libro versa sobre un hipotético estado teocrático instaurado tras el asesinato del presidente de EEUU. En Gilead, que así se llama este nuevo país, se vive según los valores puritanos restablecidos, llevándose la mujer la peor parte, ya que pasa a desempeñar la única función de ser reproductor  ya que en ese hipotético país hay un problema de infertilidad. Una mujer es valorada dependiendo de si es fértil o no, condenando a mujeres ancianas o no fértiles a un exilio forzoso en una isla contaminada en la cual tendrán sus días contados por el alto grado de contaminación (se rumorea que en esa isla hay altos índices de radiación).
Pues bien, por si alguien aún no es familiar con la situación de España les pongo al corriente: en los últimos meses el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, ha decidido modificar la Ley actual de Aborto en España, en la cual la actual regulación establece el aborto libre hasta la semana 14 y hasta la 22 en caso de riesgo de la vida o la salud de la mujer o graves anomalías en el feto. Gallardón piensa que algunos de esos supuestos deben de ser revisados. Y entre esos supuestos se encuentra el de la minusvalía o malformación. Al ministro le parece inconcebible el “condenar” a un no nacido a la muerte por el hecho de tener algún tipo de minusvalía. Pero paradójicamente sus colegas en el gobierno, lejos de incrementar, o incluso apoyar la actual Ley de Dependencia, deciden recortar en más de 51 millones de euros las ayudas.
Como supondrán, cualquier parecido entre la novela de Atwood y la realidad es pura coincidencia. ¿O no? La obra de Atwood fue escrita en 1985, en pleno auge conservador, con Reagan siendo elegido presidente tras usar un discurso claramente cristiano en su campaña electoral, y con una teocracia en Irán instaurada en 1979. Leyendo los periódicos me entran escalofríos. ¿Hasta cuándo va a aguantar la sociedad este retroceso en libertades? Con la excusa de la crisis económica, nuestros dirigentes se entrometen en nuestra parcela privada, en libertades que ha costado mucho conseguir como el derecho de la mujer a elegir si desea quedarse embarazada o no. Nos acercamos peligrosamente a otra historia descrita por el gran Orwell en Animal Farm (Rebelión en la Granja) cuyo epílogo será reescrito, al igual que el cerdo Napoleón y sus secuaces, diciendo: "Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros".

sábado, 12 de noviembre de 2011

Todas las mañanas

"El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta" . Federico García Lorca


Todas las mañanas Artur recibe una llamada. Sabe perfectamente que durará unos segundos y no tendrá tiempo de escuchar a su interlocutor. Todas las mañanas Artur es despertado por esa llamada. Puntualmente, a las 7 de la mañana su teléfono suena con una precisión cirujana. Todas las mañanas Artur dedica unos minutos a pensar en su familia gracias a su sobrino, ese interlocutor silencioso que insistentemente le recuerda a través de los tonos telefónicos que tiene una familia en un corrupto país que no le olvida y todos los días reza por él. Todas las mañanas Artur sabe que su sobrino se levanta de la cama arrastrando sus púberes pies para comenzar con una rutina insufrible y vacía, cuasi espartana, encarando un futuro incierto aunque esperanzador (no se puede ir a peor, se dice a sí mismo) y compartiendo una habitación con otros siete jóvenes con la misma llama en sus brillantes pupilas en un colegio mayor de una pequeña provincia. Todas las mañanas Artur sabe que un día más su sobrino no tendrá oportunidad de ducharse y que tendrá que esperar al fin de semana, donde disfrutará en el hogar paterno de la ansiada agua caliente y toallas limpias impregnadas de fragancia de romero que su madre siempre le prepara cuidadosamente. Todas las mañanas, tras ese insistente politono en su móvil, Artur es consciente de que en él se plasman todas las esperanzas de un joven de 15 años que desea con todas sus fuerzas escapar de una situación afixiante y sucia, con pocas perspectivas de futuro. Todas las mañanas Artur quiere abrazar a su sobrino e intentar explicarle que el sueño de Europa es un sueño muerto, una tierra baldía que se está devorando a sí misma. Todas las mañanas, tras esa llamada, Artur hojea las páginas de periódicos en busca de cualquier empleo. Se patea las calles y acude a las entrevistas (si es su día de suerte) más inverosímiles: desde empujador de carritos de centro comercial con inglés bilingüe hasta mozo de almacén con un MBA. Todas las mañanas Artur quiere gritar porque sabe que dentro de no mucho su sobrino no querrá seguir estudiando al cegarse con esos deslumbrantes BMWs y Mercedes traídos de la emigración que vienen sin historia, sin el número de horas y sudor invertido en los neumáticos, sin las depravaciones de derechos ni abusos de patrones. Esos coches sólo aparecen con la premisa de un mundo mejor donde todos los jóvenes pueden enseñar su marca cara de calzoncillos al aire y sobre todo comprar, comprar y regocijarse en los grandes Centros Comerciales. Todas las mañanas Artur  quiere llorar, rendirse, volver a su tierra, pero se sabe responsable de esa esperanza y utopía ajena. Su hazaña hace que su sobrino tenga motivos para levantarse todas las mañanas y marcar febrilmente su número de teléfono, con una ilusión desbordada y alegría desmesurada de alguien que sabe a ciencia cierta que "hay vida ahí fuera". 

miércoles, 19 de octubre de 2011

Dilema Houllebecquiano

  "El mundo no es un lugar bueno ni bien organizado"
"Uno cobra conciencia de sí mismo en su relación con el prójimo, y por eso la relación con el prójimo es insoportable". Michel Houellebecq. Plataforma



Tras mi paso por Albania, mi segundo viaje no ha podido ser más antagónico: una semana en un "Todo Incluido" en la República Dominicana. Desde un primer momento sabía a lo que iba. No había engaños. Y sinceramente tampoco me apetecía ponerme a pensar en nada más que no fueran 7 días de sol, playa, comida y bebidas gratis. Parafraseando a Elisabeth, después de un  "annus horribilis" me adjudiqué un merecido descanso. 
Cuando se llega a uno de esos paraísos caribeños 24/7, lo primero que ves inevitablemente es esa diferencia jerárquica que a su vez va unida al concepto de raza. Pondría la mano en el fuego al decir que el director del hotel en cuestión era blanco como mínimo, sino encima europeo o americano. Y si encima llegas a salir del "ghetto" paradisíaco te puedes encontrar con otra realidad bastante opuesta a las vacaciones idílicas que tenías programadas. Pero seré franca: en mi miniperiplo fuera del resort, observando diversos pueblos de paso a otro destino de ensueño, no vi pobreza como tal (ojo, que no niego que la hubiera) sino humildad, que son dos conceptos diferentes. Pues bien, uno de mis acompañantes se quedó muy impresionado con esa sencillez, humildad, o pobreza (llámalo X) y desde ese mismo instante le urgió la necesidad imperante de empezar a repartir propinas por doquier a cualquiera que se lo pidiera. En un momento dado tal era su afán altruista y santurrón que empezó a criticar la actitud pasiva del resto del grupo. Como me acabó tocando la moral, le contesté algo así como: "yo no necesito pagar por un lavado de conciencia express". Y es que yo lo veo así. Quizá mi postura sea excesivamente cómoda, egoísta, individualista o incluso imperialista. Pero... ¿realmente 10 dólares van a solucionar algo? No le quito mérito a la gente que hinca las rodillas sobre la tierra baldía, ayudando mano a mano a una población desnutrida presa de numerosas guerras civiles. Esa gente anónima que lo deja todo porque cree que verdaderamente puede poner su grano de arena para hacer de este mundo algo un poquito mejor. Pero personalmente no me gusta este sector de la sociedad de solidarios part-time, que sólo de vez en cuando, cuando está de moda, cuando lo nombran en las noticias, o cuando la realidad te explota en la cara es cuando mueven un dedo para luego proclamarse herederos de Ghandi. Me parece más congruente el aceptar que vivimos en una sociedad capitalista mal que nos pese, y que si no fuera así, probablemente gente de clase obrera occidental no podría permitirse un viaje T/I al Caribe. Esa es la realidad. Si tan injusta es la situación... ¿por qué nadie quiere pagar el doble de lo que cuesta el viaje para fomentar un comercio justo? 
Curiosamente mientras estaba en Punta Cana cayó en mis manos la última novela de Houllebecq, autor que admiro profundamente. Eso hizo que recordara que este escritor, adorado y denostado a partes iguales, escribió otra novela titulada Plataforma, cuyo argumento versa sobre, entre otras cosas, el turismo sexual en Tailandia, de la clase media alta occidental y su ansia por conocer lo virgen, lo inexplorado, sin darse cuenta de que ya no queda nada inexplorado. Trata sobre esa supremacía moral del hombre blanco sobre el resto de las civilizaciones y ese afán por "Macdonalizar" todo para mayor comodidad de los usuarios. Entonces me di cuenta de que me hallaba ante un dilema Houllebecquiano: ¿Debería de seguir con mi actitud pasiva y derrotista sobre la realidad que tenía ante mi o debería de ser parte de esa sociedad progresista, solidaria y altruista que compra de vez en cuando café en tiendas de comercio justo a la vez que camina con sus pantalones Diesel de 100 pavos lavados a la piedra a consta de diversas intoxicaciones orientales. Me temo que una vez más opté por lo primero. 

domingo, 16 de octubre de 2011

Lo grotesco





"La vida, no la muerte, es la gran aventura". Sherwood Anderson

De vuelta a mi realidad cotidiana, una de las primeras cosas que he hecho ha sido empezar a leerme unos relatos de Sherwood Anderson dentro del libro Winesburg, Ohio. A pesar de que el título de su obra más conocida me era familiar debido a que siempre se encuentra en esos rankings que los anglosajones aman tanto, listas tipo "100 mejores libros contemporáneos en lengua inglesa", nunca hasta ahora me había decidido a leer nada suyo. Y cuál ha sido mi sorpresa, que ya en el primer relato escrito a modo de prólogo, El libro de lo grotesco, me encuentro con un relato cuya lucidez me embriaga y me estremece a partes iguales. Una revelación que se me antoja evidente pero a la vez dolorosa, porque corrobora lo que hace muchísimo tiempo llevaba sospechando: vivimos en un mundo de muertos en vida. Anderson en este primer relato nos advierte de todo lo que vendrá después a medida que vayamos navegando por las páginas de su libro: seres totalmente desubicados, solitarios, alienados, dentro de una pequeña sociedad que les asfixia, que poco a poco ha ido matando todos los sueños y anhelos de la juventud, y que hace que se perpetúen en una existencia que no tiene ninguna razón de ser. Todos esos seres son descritos por un viejo escritor en el primer relato como grotescos. Son seres que han perdido esa llama incandescente que brillaba con fuerza en sus años juveniles, pero que por diversas circunstancias se ha ido apagando hasta consumirse sin dejar huella. Como consecuencia de esa juventud y rebeldía perdida, cada grotesco se forja su propia verdad absoluta para poder vivir acorde a ella hasta el fin de sus días, evitando de esa forma cuestionar su propia existencia.

"(...)It was the truths that made the people grotesques. The old man had quite an elaborate theory concerning the matter. It was his notion that the moment one of the people took one of the truths to himself, called it his truth, and tried to live his life by it, he became a grotesque and the truth he embraced became a falsehood.
You can see for yourself how the old man, who had spent all of his life writing and was filled with words, would write hundreds of pages concerning this matter. The subject would become so big in his mind that he himself would be in danger of becoming a grotesque. He didn't, I suppose, for the same reason that he never published the book. It was the young thing inside him that saved the old man".
 


No me ha hecho falta viajar hasta principios de siglo al Middle West americano, ni siquiera he necesitado irme a Albania para darme cuenta de que hoy, más que nunca, los grotescos deambulan por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestro trabajo e incluso los hay precoces: desde nuestras escuelas. Estos grotescos van predicando sus verdades absolutas e imponiendo los criterios adquiridos durante su viaje vital con la esperanza de anestesiar a mentes inquietas o inconformistas porque realmente les temen, porque significan el recordatorio de una vida que pudo ser pero no fue. 

viernes, 7 de octubre de 2011

Viaje interestelar en medio de Europa

"Can a country's people be better than its plans?" 
(¿Puede ser la gente de un país mejor que los propios planes de ese país?) ISMAIL KADARÉ



A la cita de Kadaré, después de mi viaje, podría responder: sin lugar a dudas. Y es que Albania es un pequeño país donde, en boca de un autóctono, siempre que se da un paso hacia adelante, se dan dos pasos hacia atrás. Lamentablemente esos "planes" de los que habla Kadaré siempre suelen estar en manos erróneas. Mi primera impresión nada más aterrizar fue POLVO. Polvo a raudales que se te mete por cualquier rincón de tu cuerpo. Cada vez que realizaba un mínimo viaje (incluso el equivalente de ir y volver del trabajo) me tenía que cambiar de ropa. Y es que los albaneses no han sido privados sólo de un reconocimiento en la vieja Europa, sino también de cualquier tipo de infraestructura, por muy básica que pensemos que sea. De nada sirve que los más de 3 millones de emigrantes que están fuera del país enviando remesas (es el mismo número de población que tiene el país dentro) lo inviertan abriendo cafés con aires cosmopolitas neoyorkinos o londinenses en honor a sus países de adopción  si al salir del local no encuentras algo tan básico como una acera o una alcantarilla. por no hablar de los cortes de luz, que, según me dijeron, han mejorado en los últimos años, pero me temo que tienen que ver con la ausencia de semáforos en funcionamiento en Tirana (en otras poblaciones directamente no había ni semáforos). Pero la realidad albanesa es extremadamente dura y a la vez contradictoria. Dura porque no hay familia que no tenga a alguno de sus miembros trabajando en el extranjero, normalmente sin papeles, sin saber cuándo podrá regresar por miedo a no encontrar otro medio de vida. Y contradictoria, porque a pesar de haber tenido desde su apertura a occidente tras la caída del comunismo una gran afluencia de cultura gracias a su población emigrante no parece haber adoptado la principal máxima que hace que un país se desarrolle: educación. Andando por las calles es muy fácil encontrar cualquier pieza importada para tu nuevo y flamante Mercedes, o Smartphones de última generación vendidos en puestecillos callejeros. Pero te las desearás para encontrar una librería. Albania es un país con escasa producción propia. Prácticamente todo lo que consumen es importado, lo que me hace pensar, ¿no deberían de invertir en educación para formar a sus futuros ingenieros, arquitectos y médicos? La apertura hacia occidente fue brutal. De la noche a la mañana cambiaron la hoz y el martillo (impuestos) por un volante de Mercedes (reitero lo de Mercedes porque ese coche es su única religión). 
Pero sin lugar a dudas el mayor choque cultural que sufrí fue durante mi viaje hacia el norte del país. Creo que debo de ser una de las pocas personas occidentales (no exagero) a las que se le han abierto completamente las puertas en un mundo tan remoto como es el que encierran las montañas de Korabi. En esas poblaciones el código del Kanun sigue tan vigente como hace 500 años e incluso mucho más que con la dictadura comunista (donde estaba ferozmente perseguido y penado por la ley). Como mujer puedo asegurar que el choque fue todavía más brutal. La concepción de la mujer en esta parte del país es el de mera reproductora. En una familia siempre se desea tener hijos varones, ya que éstos son considerados como un bien, una inversión, mientras que las hijas acabarán yéndose con la familia del marido. Las mujeres desde que nacen saben que en el momento de su matrimonio deberán olvidarse de su familia prácticamente, ya que su nueva familia será la del marido. Por lo que pude comprobar, la edad de casamiento de las mujeres solía ser a partir de los 20 años, siendo los 18 la edad de compromiso. El hombre siempre era unos 8-10 años. Desde que la mujer supera la pubertad estará prácticamente encerrada en casa con sus quehaceres domésticos para evitar ser vista en malas compañías o que algún vecino avispado decida que esa chica no es lo suficiente buena para el matrimonio (los vecinos de las mujeres se convierten en espías potenciales cuando alguien busca mujer, ya que siempre se pregunta por el comportamiento de la chica a la gente de su alrededor, y nunca a la propia chica). Curiosamente conocí a dos chicas, de 15 y 18 años respectivamente (la de 18 me confesó en primicia que ese mismo fin de semana sus padres la iban a comprometer) que hablaban un más que aceptable castellano. Ante mi sorpresa ellas me explicaron que lo aprendieron en las telenovelas. Cuando su padre se enteró de que sus hijas hablaban español se maldijo y se echó las manos a la cabeza pensando que el resto de los vecinos iban a pensar que eran unas vagas ya que veían telenovelas en vez de realizar las tareas del hogar. Continuemos. una mujer, una vez casada, no podrá salir sin su marido o familiares. A ser posible siempre tendrá que ir vestida de forma femenina, con joyas (oro) y ligeramente maquillada. Las joyas son un estatus, aunque para mi eran más bien un "sello de propiedad". Por supuesto es inconcebible el ver a una mujer fumar, aunque los hombres fumen y beban a sus anchas. Después de haber superado el shock los primeros días (un día me tuve que quedar encerrada en el lavabo esperando a que el vecino de turno pasara ya que está muy mal visto que un hombre de visita vea a una mujer salir del baño) decidí tomármelo como un estudio de campo y me alegré enormemente de que esa situación fuera para mi pasajera (aunque sufrí mucho pensando en otras, y más sabiendo que no podía hacer absolutamente nada). Así que me dispuse a sacar partido de la experiencia y sumergirme dentro de ese asfixiante mundo femenino gracias a mis intérpretes de español e inglés. Descubrí no sin horror que si una mujer no puede tener hijos será repudiada y su marido se podrá casar con otra, mientras que si un hombre es estéril no pasa absolutamente nada. También descubrí que es una práctica corriente de emigrantes llegar, casarse y dejar a la mujer con su familia a modo de aportación de trabajo casero mientras que los emigrantes vuelven a Occidente a trabajar y a vivir una vida plena de soltero (no sé si ellas se lo imaginan o prefieren no pensarlo, pero en cualquier caso debe de ser inmensamente doloroso ver a tu marido cada dos-tres años, que te haga un hijo y te vuelva a dejar sola con los suegros). 

Sin embargo, como contrapartida, en mi penúltimo día en Albania hice un hallazgo que me alucinó: en días anteriores había estado leyendo en una guía sobre la existencia de ciertas Mujeres-hombres que existían desde tiempo inmemorial en el norte de Albania. Eran las llamadas Vírgenes Juradas. Eran mujeres que en una sociedad eminentemente patriarcal, cuando en su familia no había ningún varón, ya fuera por fallecimiento o por no nacimiento, ellas asumían el aspecto y el rol de un hombre por necesidad para sacar a la familia adelante. Pues bien... ¡conocí a una! Obviamente no llevaba el mismo look que su compatriota de la derecha, pero sin lugar a dudas estaba delante de una. Una tarde cogimos un taxi, y cuál fue mi sorpresa cuando tardé al menos 15 minutos en identificar a un señor orondo con una camiseta sudorosa de los Chicago Bulls y con una voz de cazallero con una mujer. Esa mujer nos explicó que ella había criado al hijo de su hermana ya que ella se quedó soltera (como buena virgen jurada, o quizá lesbiana, añadiría yo) y ahora estaba viviendo en EEUU. Nos lo explicaba llena de orgullo. Esa mujer además de taxista también era camionera y era perfectamente reconocida en todas partes. Varias cosas me sorprendieron: el hecho de que todo el mundo a su alrededor se lo tomara con una naturalidad absoluta y el hecho de que fuera cristiana (llevaba una cruz en el taxi). Y es que allí comprendí que dentro de sus contradicciones, Albania, a pesar de ser una país anclado en cierta forma en las tradiciones y costumbres, a la vez sorprende por su gran tolerancia en otros aspectos: conviven tres religiones sin ningún problema: musulmana, ortodoxa y cristiana (con sus respectivas mezquitas o iglesias), no les sorprende en absoluto la presencia de extranjeros y sus costumbres (por ejemplo yo) y son tremendamente hospitalarios. En ningún momento me sentí amenazada ni excluida por no ser musulmana, y vi que su práctica de la religión era extremadamente laxa (las mujeres no iban con el pelo cubierto, tan solo las abuelas y algunas mujeres de pueblo). También hay que destacar la gran diferencia entre los albaneses de Kosovo (completamente europeizados, muy cool, con sus videos musicales en la MTV albanesa) y los albaneses de Albania. En conclusión, podría estar hablando y escribiendo hojas y hojas sobre este país tan desconocido, pero no acabaría nunca. lo cierto es que pienso volver, ya que soy consciente de que sólo he visto una mínima parte de un asombroso país (Albania tiene más de 400 km de playas que no tienen nada que envidiar a Croacia o Grecia). Sólo espero que la próxima vez pueda chapurrear algo más de albanés. Por el momento alcanzo a decir: faleminderit shumë y mirupafshim

P.D. No pude leer ni una sola página del libro de Kadaré. Oh well, nevermind. Maybe next time :-)




martes, 13 de septiembre de 2011

El país de las Águilas

"Having left, for various reasons, the homeland of epic, they were uprooted like trees overthrown, they had lost their heroic character and deep-seated virtue." ISMAIL KADARÉ


Hoy me embarco en un viaje singular. Voy a conocer Albania, país desconocido donde los haya. No me canso de leer en las escasas guías con las que me he ido topando para preparar mi viaje que es el destino más exótico que podamos encontrar no sólo dentro de Europa, sino incluso en el mundo. Recién salidos de un desgraciado aislamiento político severo al estilo de Corea del Norte, Albania (o Shqipëria, como la llaman los propios albaneses y que significa Tierra de Águilas) se presenta como la gran desconocida. Todo el mundo conoce su capital, con ese nombre tan pintoresco para la lengua española (Tirana), pero muy pocos lograrían situarla en el mapa. Como principal referencia llevo a sus gentes, a las que a través de los años he ido conociendo, y no creo que haya mejor carta de presentación. Ahora mismo tengo una mezcla de excitación y nervios. Llevaré mi cuaderno de bitácora para apuntar con ávidos ojos todo lo que suceda a mi alrededor y las impresiones que me produzca. También voy armada con varios libros de Kadaré, el eterno candidato al Nobel. Debo confesar que he intentado leerlo varias veces, pero por diversas circunstancias no he conseguido acabarme ninguno de sus libros. Espero que su bella tierra montañosa me incite a acabar la tarea empezada. En cualquier caso, este será un viaje que no me dejará indiferente, y estoy convencida que justamente ahora, en la época de crisis económica y existencial que vivimos, hará que me replantee muchas cosas. ¡Nos leemos a mi vuelta!


jueves, 25 de agosto de 2011

Amor filial

"Cuando los padres han construido todo, a los hijos sólo les el queda derrumbarlo".   Karl Kraus.



Ayer vi una película llamada Mi hija Hildegart, dirigida por Fernando Fernán Gómez y basada en un hecho real que estremeció a la España de la 2ª República en el año 33. Narraba la historia de Hildegart Rodríguez, muerta a manos de su madre con tan sólo 18 años. Hildegart fue concebida y criada por su progenitora con la idea de convertirla en la mujer perfecta, en el futuro azote de una sociedad arcaica y supersticiosa. Con 3 años la niña sabía leer, y con 8 hablaba 6 idiomas. A los 17 años se licenció en derecho y llegó a impartir clases en la Escuela de Filosofía en Madrid. A su muerte había conseguido publicar 5 ensayos y estudios y se había convertido en una renombrada intelectual de la época, captando la atención de personajes tan insignes como H.G. Wells. Paradójicamente, aunque la gran mayoría de sus publicaciones versaba sobre la sexualidad femenina, Hildegart murió virgen. A día de hoy las razones que llevaron a su madre a asesinarla siguen siendo meras conjeturas, aunque la principal razón que Aurora, su madre, alegó fue que su querida hija se había alejado de su principal cometido por el cuál había sido engendrada, de su proyecto vital cuidadosamente diseñado por su progenitora.
Tras conocer esta historia no he podido evitar el recordar otros casos semejantes que, desgraciadamente, tampoco tuvieron un final feliz. Me viene a la mente por ejemplo el caso de Marvin Gaye, muerto a manos de su padre, un predicador de “The House of God”, y al que no parece que le hiciera mucha gracia el modo de vida de Gaye, plagado de drogas, alcohol y sexo.
La mitología griega también está plagada de ejemplos de filicidio, siendo Hércules y Medea dos de los más claros ejemplos, aunque en esos casos los hijos son utilizados a modo de venganza más que por decepción.  
Y es que cumplir las expectativas paternas o maternas es un trabajo harto complicado, sobre todo si los padres en cuestión han decidido claudicar (como en el caso de Aurora Rodríguez) de su propia vida en pro de contribuir a crear una imagen mejorada de sí mismos. Sin ser ejemplos tan drásticos, me apena ver a mi alrededor a muchísimos de esos padres y madres cuya vida propia se detuvo desde el momento que se dio a luz a su vástago, poniendo desde entonces todo tipo de ilusiones (presiones) en los hombros de ese futuro mini-yo. Me pregunto cuándo llegará (si llegará) ese punto de inflexión en el que afortunadamente la mayoría de seres humanos se atrevan a rebelarse contra su creador (en sentido metafórico y figurado) y qué desenlace tendrá. Y mientras pienso en esto, me estremezco al pensar de que tengo un nuevo problema en el que pensar: si algún día por fin decido tener hijos, ¿cómo podré evitar no jugar a Dios y plasmar todas mis ilusiones y sueños no cumplidos?